Acompañamiento en el COVID-19: Información, control, vínculos, identidad
Lourdes Bermejo, Vicepresidenta de la SEGG
A las personas mayores de nuestro país les está tocando lidiar con algo que, como nosotros, nunca hubiéramos imaginado. La situación actual de confinamiento supone, entre otros aspectos, una vivencia de pérdida de libertad y control sobre nuestras vidas, amenazadas en su continuidad. Ante tal situación, es frecuente la aparición de sentimientos de indefensión e incertidumbre. Imaginémonos, además, esta vivencia en quienes tienen más edad, aquéllos a los que los medios de comunicación les repiten constantemente que son los que tienen más probabilidades de entrar en contacto con el virus y esto les implique una situación de salud grave o mortal.
A pesar de que la evidencia científica acerca de las consecuencias del confinamiento físico y del aislamiento social provocado por esta pandemia aún es muy limitada, no es difícil imaginar los efectos perjudiciales en la salud y en el bienestar (entendido de forma integral y en su complejidad) de los ciudadanos más mayores y por tanto la necesidad de un acompañamiento que trate de paliar dichos efectos tanto como sea posible.
Las personas somos seres básicamente sociales. Necesitamos el vinculo y la relación. Las estrictas medidas de confinamiento que muchas personas mayores viven en soledad suponen un gran reto pues nos despoja de lo que esencialmente necesitamos: sentirnos personas, mirados, tocados, sonreídos, reconocidos por otros. Hemos vivido este confinamiento con pesar, derivado de la ausencia o disminución de nuestras interacciones sociales, con implicaciones evidente en la salud física y mental. Esta pandemia pone en primera línea el compromiso en el cuidado de los más frágiles, pero no sólo desde el punto de vista físico, sino desde la perspectiva de aquél que más vulnerable se siente ante la pérdida de contactos.
Una mirada en torno a las personas mayores que todos conocemos (en el plano profesional y personal) nos da una pequeña dimensión de la enorme pluralidad de circunstancias y situaciones por la que están atravesando cada una de las más de 9 millones y medio de personas mayores en este país.
Sabemos que la mayoría de estos ciudadanos están en sus casas. Algunos (no se si podremos saber cuántos) han afrontado el confinamiento con una actitud envidiable y han desplegado un buen abanico de recursos muy similares, seguramente, a los que hemos desplegado el resto de personas[1].
Hablando con algunas de estas personas durante estas semanas se puede identificar por la forma de expresar cómo lo están viviendo, que esta actitud resiliente conecta con sus valores y con ciertas virtudes que han querido desarrollar a lo largo de su vida (capacidad de sacrificio, afán de superación, capacidad de vivir con poco -estoicidad-, sentido del bien común, equidad, solidaridad, generosidad...)
Incluso, en el caso de los mayores confinados ya no en un domicilio particular, sino en centros residenciales, se han percibido cambios actitudinales. Durante las primeras semanas del confinamiento, y con todos los profesionales con los que he hablado, me ha llamado la atención que de ninguno he escuchado que las personas mayores fueran “quejicas”, “protestonas” o que alzaran la voz en favor de sí mismas, por encima de las de los demás. Hay testimonios, incluso en los medios de comunicación, de cómo en residencias, las personas habitualmente “demandantes” de atención, han modificado espontáneamente su conducta en aras de un repliegue prudente y pudoroso, de un respeto casi reverencial a las exigentes demandas de trabajo de los cuidadores profesionales y a las circunstancias dramáticas de sufrimiento de otras personas.
Desde la psicología, se ha ido evidenciando desde hace años, la capacidad de muchas personas mayores en relación a su regulación emocional. También en esta crisis hay investigaciones que están demostrando que hay personas mayores con una mayor reactividad del estrés, una mejor regulación emocional y con más recursos personales que otros adultos jóvenes. Desde el punto de vista del desarrollo evolutivo, la totalidad de personas mayores han afrontado pérdidas previas a lo largo de sus vidas (ocupaciones, roles, funcionalidad, sus viviendas, personas queridas...) y han aprendido a vivir con ello y salir adelante. Seguramente, el propio curso de la vida ha empoderado de manera enriquecedora y significativa los recursos personales de nuestra población mayor. Para muchos jóvenes y adultos jóvenes es posible que esta experiencia del confinamiento sea la primera gran pérdida.
Esta línea de conocimiento poner en valor las capacidades de afrontamiento de los más mayores y nos ayudan a comprender muchas de las reacciones y situaciones vividas en esta crisis. En España, Losada et. al. (2020)[1] han podido estudiar cómo la edad no es la principal variable que correlaciona con la soledad y la angustia. Por el contrario, son las autopercepciones negativas del envejecimiento las que están fuertemente asociadas con los resultados emocionales. Es decir, no es la edad un criterio determinante para casi nada. Son otras variables psicosociales, como la autopercepción positiva del envejecimiento, las que explican mejor la actitud y el despliegue de recursos personales que protegen a la persona de la vivencia de angustia y soledad en el confinamiento.
Como era de esperar, acorde a la extraordinaria diversidad y heterogeneidad de personas mayores, experiencias vitales y cursos de vida, no existe homogeneidad en la percepción de esta situación. Cuando uno indaga o es testigo de algunos testimonios de estas personas, nos encontramos con el alfa y el omega, con el blanco y con el negro… Para algunas personas esta situación es casi más difícil y dolorosa que la vivida en la posguerra; otras, sin embargo, manifiestan que comparando el ahora, con los recursos materiales que disponen (casa, confort, tecnología para comunicarse con sus familiares…) esto no es peor para nada. Las circunstancias son tan diversas como percepciones de la misma.
Cuando comenzó el confinamiento se aportaron algunas de las recomendaciones a fin de sobrellevar mejor esta situación. Éstas estaban relacionadas con la realización de rutinas propias como el cuidado de la salud física por medio del ejercicio y la actividad física; de la salud mental, limitando el acceso a la información siendo capaz de desconectar ciertas horas del día de todo lo relativo a la crisis; y también salud emocional, buscando momentos de conexión con sus seres queridos, o con ocupaciones o actividades capaces de hacer disfrutar a la persona dotando de un sentido de utilidad y disfrute. Cuidar la imagen y vestirse, cuidar la higiene del sueño, alimentarse bien, son otros elementos que sin duda favorecen esta adaptación a esta situación. Si bien es cierto que todo esto haya podido ayudar a muchas personas, también lo es que estas recomendaciones son difíciles de llevar a cabo por personas mayores en diferentes circunstancias. Personas mayores que están realmente solas o que no han tenido acceso a esta información, o aquellos mayores que ejercen de cuidadores de otra persona en situación de dependencia funcional, discapacidad intelectual, enfermedad mental, etc. Para muchas de ellas, la convivencia cotidiana es muy compleja, máxime si eran personas que tenían otros patrones ocupacionales, otras rutinas, o simplemente disponían de espacios y tiempos propios cuando sus familiares acudían a un Centro de Día, que ayudaban a la regulación emocional y el autocuidado. El aumento del tiempo de confinamiento ha ido también haciendo más compleja y difícil muchas de estas relaciones.
Desde diferentes servicios (Centros de día, Asociaciones de Enfermos de Alzheimer y otras Demencias, profesionales de los servicios de Atención Domiciliaria, etc.), algunos profesionales reportan que, si bien al principio las tareas, actividades y materiales que se les propusieron a las personas eran bien acogidos, con el paso de los días la ilusión, el interés o la motivación estaban decayendo. Esto pone en valor la necesidad del contacto humano, del vínculo, el ejercicio de los roles sociales y la interacción con nuestros semejantes como elementos que mantienen el estado de ánimo, la motivación y la proyección vital hacia el futuro. Las tareas y actividades son meros medios instrumentales, nunca un fin en sí mismo. Es la calidad de la relación humana, a través de estas tareas/actividades, la que impacta definitivamente en nosotros y nos hace personas en el sentido integral de la palabra, nos humaniza y nos ancla en nuestra identidad y en la oportunidad de sentirnos alguien. El confinamiento impuesto, por todo esto, no es deseable ni sostenible por mucho tiempo.
La importancia de las condiciones sociales de la población de más edad se pone dramáticamente en evidencia en la actual situación de crisis. La cohesión social se mide en una situación como la actual y de repente, caemos en la cuenta del valor auténtico de conceptos como el de Integración/Exclusión Social[1]. Las oportunidades derivadas de unos determinados recursos económicos y culturales; del confort, la ubicación o el tamaño de la vivienda, ofrecen oportunidades muy desiguales a las personas para sobrellevar este confinamiento. La mayor o menor cobertura de servicios disponibles en los diferentes territorios (rural/urbano); la brecha digital entre los más mayores de los mayores; las dificultades para la comunicación de algunas personas con deterioro cognitivo, hipoacusia, dificultades para el manejo del móvil, etc., están dificultando enormemente la capacidad de comunicación con otras personas (para las gestiones domésticas, con profesionales de los servicios comunitarios, con voluntarios de asociaciones ofrecen materiales para el ocio o la dinamización física, cognitiva…) y, por supuesto, con los propios allegados y familiares que en estos momentos de confinamiento es tan necesaria.
¿Y qué ha pasado en las Residencias donde viven 400.000 personas en situación de dependencia en España? Tampoco estas recomendaciones para llevar en el confinamiento las han podido aplicar en muchos casos las personas que allí viven. Un porcentaje muy importante de personas han tenido que permanecer en aislamiento en sus habitaciones, han vivido un traslado de su habitación a otra en fases de organización del espacio por zonificación preventiva, y a veces una segunda vez por la organización ante la aparición de casos sospechosos y/o confirmados de afectados por Covid 19 entre sus vecinos. Los profesionales de los centros residenciales que ya trabajaban desde una mirada personalizadora e integral, manifiestan su dolor al tener que estar cambiando a las personas de habitación, obligando a convivir a personas que saben que no pueden llevarse bien y encima manteniéndolas confinadas en sus habitaciones, habiendo eliminado todo tipo de rutinas positivas y humanizadoras en aras de evitar el riesgo de contagio. Y todo ello también en un contexto de cambio de cuidadores porque el personal, en los centros en los que ha entrado el virus, evidentemente han enfermado. Así que las personas que viven en las residencias, además del miedo y amenaza vital ante la irrupción de la pandemia, el aislamiento de los seres queridos, el confinamiento y convivencia forzada con extraños, tienen también que afrontar ser apoyados, acompañados o cuidados por cuidadores que no conocen, a los que nunca les han visto la cara. Y cuando se reincorporan, por fin, algunos de los cuidadores conocidos, sólo pueden verles los ojos: nunca las miradas nos dijeron tanto como en estos tiempos de confinamiento...
Ninguna de esas personas ha podido llevar estas recomendaciones positivas que decíamos al principio ni podrán hacerlo durante no se sabe aún cuánto tiempo. ¿Como los acompañamos a ellas en este confinamiento? Algunos profesionales o equipos se esfuerzan hasta la heroicidad en pasar a saludar a las personas por sus habitaciones e intentan hablar con ellas todos los días (incluidos festivos). Pero en otras instituciones se mandó a casa a todo el personal que no se consideraba imprescindible (el de atención directa, enfermería y medicina) ¿De verdad que no eran necesarios?
En el polo opuesto, tenemos los testimonios de los equipos se han ido a vivir a la residencia y allí han hecho su trabajo dos o 3 semanas, esta experiencia de convivencia equipo y personas residentes, reconocen les ha marcado. También hemos sabido de deserciones de algún trabajador en centros residenciales. Pues, no sólo existe la calidad en las relaciones humanas individuales, ni la calidad en las sociedades, también existe la calidad en las instituciones y en las empresas y el sector de las Residencias no es ajeno a ello. Afortunadamente, en muchos lugares, reforzaron las plantillas y aumentaron las horas de los profesionales que estaban a tiempo parcial precisamente para poder hacer un acompañamiento más personalizado.
Me ha resultado especialmente triste escuchar cómo algunos profesionales no han podido o sabido informar a las personas que viven en las Residencias de lo que estaba sucediendo, añadiendo, en algunos casos, mayor incertidumbre y desasosiego. En otros casos, no poder darles una respuesta o tener que decir verdades “a medias” se ha vivido como una deslealtad hacia la persona. “No sé qué decirles cuando me preguntan por otros compañeros (enfermos o fallecidos) o cuánto va a durar esto, no les puedo decir la verdad…” ¿Dónde hemos dejado el derecho a la información? ¿Y la empatía, y la compasión…? Deberemos analizar cómo se tomaron algunas decisiones al respecto, cómo fueron los procesos de comunicación realizados e integrar deliberaciones éticas en este ámbito.
Durísimo escuchar el testimonio de quienes han sobrevivido a sus compañeros, y que en algunos casos (tampoco sé si lo sabremos alguna vez) no han recibido ni información clara ni un acompañamiento en este duelo. No poder despedirse de su amigo, no poder hablarlo con sus cuidadores de confianza o con otros compañeros (por la urgencia de los traslados a otros equipamientos, por cambio del personal o simplemente por la decisión de alguien del Centro de no facilitar que se aborde este tema). Y, sin embargo, hay personas mayores que pueden ser un apoyo a sus iguales, por su sensibilidad, empatía y competencia relacional. Puede haber también experiencias positivas de satisfacción en personas mayores, que pueden ayudar a otras y serles de gran valor por su forma de afrontamiento y resiliencia. Las urgencias de la crisis, el chip sobreprotector que aún perdura en la cultura institucional de los cuidados en muchos lugares, tiñe e impregna actitudes a través de las cuales cuesta percibir a las personas mayores como sujetos capaces de hacer ese acompañamiento valioso de sus iguales, y en esta situación de pandemia, tal vez más aún.
Por no hablar de todas aquellas personas que, viviendo en residencias, no tienen la capacidad para comprender lo que está sucediendo ni las causas de por qué tienen que estar en sus habitaciones, sin poder hacer aquello a lo que estaban acostumbrados y que les proporcionaba bienestar y sensación de control. En muchos centros libres de contenciones, éstas han vuelto otra vez a sacarse de los armarios para utilizarlas de nuevo. “Tenemos que atarles de nuevo, es horrible”. Algunos no comprenden por qué sus hijos les han “abandonado” y no van a verlos, afirman que “los hemos secuestrado”. Nos llaman “carceleras”. Es tristísimo. Vemos su cara de pena, de miedo, van haciéndose cada día mas pequeños en sus habitaciones... Pierden día por día, algunos dejan de comer, se abandonan y mueren, me explica una compañera con una gran pena.
Y todavía no hemos hablado del acompañamiento de las personas mayores cuando son trasladadas para su atención a otros centros (de atención intermedia, unidades de hospitalización, centros covid u otra residencia). Añadiendo a ello el cambio de entorno, la pérdida de referentes y de contacto con personas conocidas, y en muchos casos de hospitalización, grandes dificultades para establecer cualquier tipo de comunicación. No puedo imaginarme cómo pueden sentirse personas con deterioro cognitivo enfermas y con malestar físico, si ya no pueden ver o identificar tras esos extraños trajes y mascarillas. Nos ha quedado en la gestión de esta crisis, como un borrón en nuestro expediente, la forma de acompañar a las personas con enfermedad avanzada (falleciendo en soledad, sin ningún familiar).
En estos momentos, también debemos acordarnos de las personas mayores invisibles, de esas que están solas queriéndolo o no, pero que en estos días nadie sabe de ellas. Personas que no disponen de redes de apoyo, y que desde los Servicios no las han identificado. Personas mayores que viven en lugares donde no ha llegado, donde no existe ningún tipo de programa o recurso capaz siquiera de identificar que puede que necesite un apoyo.
En esta crisis también se esta poniendo en evidencia la fortaleza y calidad (o no) de los servicios sociales, de su capilarización, proactividad y sensibilidad, y también el saber estar y el compromiso de los profesionales, así como la articulación de la sociedad civil, del movimiento asociativo y de aquellos otras iniciativas ciudadanas “de buena vecindad” que han surgido en algunos territorios.
Comprendo la necesidad imperiosa de priorizar, desde un primer momento, el valor salud. Y comprendo la dificultad para la organización de un acompañamiento capaz de dar respuesta a la enorme diversidad de situaciones y de personas mayores confinadas. Pero, sinceramente, creo que algo tenemos que aprender en relación a lo que podríamos hacer mejor si queremos que las vidas que salvamos tengan más sentido. Desde una mirada ética, es imperativo minimizar el sufrimiento de todos aquellos que están ahí, con necesidades de apoyo, de compañía, de relación, de trato humano, de oportunidades ocupacionales para tener una vida buena. Tendremos que poner encima de la mesa otros valores que en esta crisis no han aparecido de forma preeminente.
Desde el punto de vista psicosocial, hay cuatro ejes que se consideran indispensables para proteger el bienestar psicosocial y de la salud mental de las personas. Y el discurrir de los testimonios y reflexiones de este texto han girado en torno a ellos.
- Garantizar que las personas cuentan con información fiable, adaptada a sus capacidades, que les permita comprender lo que sucede. Que puedan entender para poder actuar.
- Favorecer la sensación de control, facilitando rutinas y estrategias de vida cotidiana. En lo posible, preparar y anticipar los cambios (suspensión de actividades, grupos, traslados, …) y elaborar alguna alternativa a pesar del aislamiento.
- Mantener vínculos, relaciones con personas, garantizando la “visibilidad” de todas las personas, aunque estén aisladas. Que el aislamiento no suponga la ausencia de contacto humano ni que no se sientan escuchadas por nadie.
- Sentido de identidad y pertenencia en la comunidad: Participación en iniciativas ciudadanas y facilitar espacios o redes de apoyo mutuo.
Creo que si analizamos la experiencia de nuestra respuesta ofrecida para acompañar a las personas mayores en esta crisis, allá donde se encuentren (en sus casas, viviendo en residencias o ingresadas en otros centros de atención sanitaria….) seguro que se nos ocurren cosas que podríamos y podemos hacer mejor. No podemos dar marcha atrás al reloj, pero creo que sí podemos aprender para el futuro.
[1] Comienzo explicando que éste es un articulo de opinión, basado en reflexiones extraídas de las conversaciones que durante estas semanas he mantenido con profesionales de muchos recursos y en diversas CCAA, les agradezco a todas ellas, su sinceridad y confianza para compartir tanta información y emoción.
[2] Andre´s Losada-Baltar , Ph.D., Luci´a Jime´nez-Gonzalo , M.A., Laura Gallego-Alberto , 11 Ph.D., Mari´a del Sequeros Pedroso-Chaparro , M.A., Jose´ Fernandes-Pires , M.A., Mari´a 2 Ma´rquez-Gonza´lez , Ph.D. (2020). “We’re staying at home”. Association of self-perceptions of aging, personal and family resources and loneliness with psychological distress during the lock-down period of COVID- 19. 2020. Ed. Oxford University Press.
[3] Fundación Foessa-Cáritas española. (2019). VIII Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España. Madrid.