LA PANDEMIA HA PROVOCADO UN DEBATE SOBRE LOS DERECHOS DE LOS MAYORES
Hay que descartar los comportamientos paternalistas
Varias han sido las consecuencias que ha tenido la pandemia en nuestro ámbito de la gerontología. Sin pretender ser exhaustivos, sí queremos resaltar algunas que nos parecen imprescindibles recordar. Por una parte, la insuficiente atención y protección de la salud y de la vida de las personas que vivían en alojamientos compartidos (en residencias) así como las evidentes limitaciones y dificultades de la actuación prestada desde los recursos de atención (sanitaria, sociosanitaria y social) para atender a las personas mayores en su casa y comunidad.
Pero es que, además, ello ha provocado, y esto es clave para la gerontología, la generalización del debate sobre la necesidad de promoción y defensa de los derechos de los adultos mayores. En este contexto de pandemia, la declaración de la década del envejecimiento activo y el lanzamiento de la campaña para la sensibilización y erradicación del edadismo por parte de la Organización de Naciones Unidas ha dejado ver la distancia entre la teoría y la práctica. Es por ello que consideramos que ahora más que nunca, no solo nos debemos a la reflexión sino al cambio de actitudes y de modos de trabajo y relación a quienes formamos parte del ámbito científico profesional de la gerontología.
Es necesario no solo el desarrollo de modelos de atención centrada en la persona sino la filosofía que subyace a los mismos, el respeto a la dignidad y derechos de las personas mayores y su empoderamiento real, favoreciendo su participación efectiva en las diferentes iniciativas, intervenciones y políticas que buscan potenciar su bienestar y calidad de vida. Y es que una cosa no puede ir sin la otra, es decir, que ofrecer oportunidades para el empoderamiento debe entenderse como una forma de favorecer la dignidad, la capacidad que toda persona ha de tener para autogobernarse y, en definitiva, de construir su calidad de vida y, a la vez, trabajar en la promoción de su salud a través de la implicación real de las personas en el proceso de toma de decisiones sobre todos aquellos aspectos que afectan a sus propias vidas (Vaca Bermejo et al., 2016).
Estos procesos de relación empoderadores implican un cambio y revisión profunda en la concepción actual de la labor profesional de los gerontólogos en la medida en que se necesita crear un contexto y unas relaciones que favorezcan la generación de servicios y oportunidades tangibles y reales de participación sin importar las condiciones personales o de salud del individuo.
Para empezar, debemos tener en cuenta la relación que se establece entre la persona mayor y el profesional de la gerontología clínica o social, especialmente aquellos que tienen un mayor grado de contacto directo con los primeros. Es preciso descartar, de una vez por todas, las concepciones, actitudes y comportamientos paternalistas por parte de los profesionales y evolucionar hacia unos modelos relacionales más igualitarios basados en la colaboración entre el profesional y la persona. Es nuestra responsabilidad, como profesionales con valores, comprometidos con la dignidad y los derechos de las personas mayores, transitar hacia estos modelos más horizontales en la que pongamos nuestros conocimientos y habilidades técnicas al servicio de las personas a las que atendemos, y no al revés. Debemos guiarnos por los principios y criterios que marcan los modelos de atención centrada en la persona, los valores de las propias personas y la deontología nuclear de nuestra profesión para promover el trato digno a las personas, asumiendo el reto de explorar nuestras propias actitudes, creencias y sesgos para generar un cambio en la forma en la que nos percibimos nosotros mismos como profesionales y a las personas hacia las que va dirigida nuestra práctica profesional y a las relaciones que mantenemos con ellos.
Así, es imprescindible encontrar y diseñar los espacios adecuados en los que la persona pueda participar activamente en los procesos de toma de decisiones que afecten a su vida o en el diseño, implementación y evaluación de las diferentes intervenciones y programas en los que ellos serían los potenciales destinatarios. Debemos empezar a considerarnos como acompañantes y facilitadores, atendiendo sus necesidades, valores personales y preferencias, para ofrecer, en cada caso, nuestros servicios profesiones y servicios adaptados óptimamente al nivel de necesidad preciso para promover su implicación en todo el proceso de su atención.
En nuestro trabajo futuro en los próximos meses nos enfrentaremos a una serie de retos en los que nos deberemos plantear en qué medida cada objetivo, actividad o programa que propongamos ofrece escenarios plurales y diversos, respetuosos y empoderadores para las personas a las que van dirigidos. Que potencien su participación e implicación en la gestión de los servicios precisos para garantizar su dignidad, bienestar y calidad de vida y, la defensa y ejercicio de sus derechos.
Lourdes Bermejo, Vicepresidenta de Gerontología de la SEGG
Raúl Vaca, vocal de la Junta Directiva de la SEGG.
Referencia:
Vaca Bermejo, R., Monreal-Bosch, P., Bermejo García, L., Cotiello Cueria, Y., Fernández Prado, S., Limón Mendizábal, M.R., Lorente Guerrero, X., Benítez Ramírez, M.C., López Romero, E. y Rodriguez Valcarce, A. (2016). El empoderamiento en el ámbito de la gerontología clínica y social. Revista Española de Geriatría y Gerontología, 51, 187-188.