SOBRE LAS SOLEDADES
SARA MARSILLAS, Investigadora en Matia Instituto y socia de la SEGG
Las tendencias demográficas actuales apuntan a que cada vez habrá más personas que vivirán solas. Se habla a menudo de la epidemia actual de la soledad, aunque sería más preciso hablar de tendencias sociales con mayor presencia de soledades. En cualquier caso, es conveniente analizar en qué consisten, por qué ocurren y cómo abordarlas.
Según datos del Imserso, en España hay cerca de 4,7 millones de hogares unipersonales, 2 millones de los cuales corresponden a personas mayores de 65 años, es decir el 42%. Entre ellas, más de 850.000 superan los 80 años y la gran mayoría son mujeres: en concreto 662.000.
Vivimos un tiempo con importantes mejoras en las condiciones de vida y salud, en el que los valores de autonomía e independencia residencial favorecen que las personas vivan solas durante la vejez, y eso se puede entender como un signo de competencia, de autonomía para este grupo poblacional. El hecho de vivir solas no quiere decir que las personas estén solas o que se sientan solas, sino que esta vinculación se realiza con base en la presunción de que el hecho de vivir solo/a implica pasar mucho tiempo solo/a y que las posibilidades para la conexión social se producen mayoritariamente fuera de la casa.
Unidas a las tendencias sociodemográficas, puede haber diversos cambios que lleven a esa situación como las rupturas de pareja, la viudez, los cambios de residencia, además de la mayor supervivencia de las mujeres. La forma, frecuencia e intensidad de las relaciones familiares se ve también afectada por factores como la distancia, la movilidad, el creciente mercado laboral global en constante movimiento… La reducción de conexiones sociales en ámbitos como el familiar o amical, de contactos casuales, de modos de vinculación derivados pueden llevar a su vez a la percepción de que la red de relaciones existente resulta deficiente bien sea en cantidad o en calidad. Y la conjunción de todos estos factores puede llevar a situaciones de soledades diversas.
La vinculación de la soledad percibida a diferentes resultados de salud o incluso a una mayor mortalidad ha contribuido a aumentar la alarma social del fenómeno. A día de hoy, si bien se han encontrado asociaciones entre resultados diferentes de mala salud y la soledad, no se ha establecido una evidencia causal que se considere adecuada ni los mecanismos causales subyacentes están claros. Dicho de otro modo, todavía existe desacuerdo sobre si es la mala salud la que causa soledad, si es la soledad la que afectan negativamente a la salud, si existe una bidireccionalidad causal o si ambas realidades forman parte de una red compleja de dificultades que se retroalimentan mutuamente. Por tanto se requiere más trabajo en esta línea para clarificar esta vinculación y estos itinerarios causales.
En ocasiones, basado parcialmente en estos datos, se transmiten mensajes y discursos alarmistas. No obstante, en este fenómeno y en otros temas sensibles, la culpabilización y la alarma social no ayudan en absoluto. Al contrario, contribuyen a dar más peso al estigma existente en torno a la soledad y a alimentar los estereotipos culturales que vinculan la soledad al fracaso social o incluso, vital. En las sociedades occidentales el ámbito social es un indicador de éxito. Por ello y por tanto, estar solo/a o sentirse solo/a puede equipararse o sentirse como fracaso. Este estigma puede reducirse interpretando la soledad como un fenómeno común que puede tener connotaciones tanto positivas como negativas. Por lo tanto, conviene cuidar el discurso, elegir adecuadamente las palabras y, desde luego, no alimentar discursos alarmistas y culpabilizadores ni hacia las personas que se sienten solas ni hacia las personas que están a su alrededor.
Para abordar este fenómeno no se ha identificado una sola acción que funcione sino que se trata más bien de uno que requiere un abordaje múltiple.
Desde la acción individual podemos realizar algunas acciones cotidianas de comunicación y conexión con otras personas para generar y mantener relaciones sociales con nuestro entorno. También, si se desea un mayor grado de implicación, se puede optar por el voluntariado en diferentes organizaciones.
Otra cuestión importante es el cuidar cómo se habla del fenómeno y esto también se puede hacer en el día a día. El estigma de la soledad genera barreras psicológicas que aíslan más a las personas y dificulta hablar sobre estas experiencias o incluso pedir ayuda. Ser consciente de ello puede ayudar a ambas partes a proporcionar y pedir ayuda cuando se necesite.
Asimismo, para afrontar los sentimientos de soledad, si nos centramos en esta experiencia subjetiva tomando su definición más estricta, habríamos de prestar atención y cuidar las relaciones sociales de diferente índole, muy especialmente las de las amistades. Con frecuencia suele ocurrir algún evento o suceso a partir del que se es consciente de la experiencia de soledad, pero tiende a ser un itinerario que va ocurriendo a lo largo de la vida. Cuando un suceso vital cambia la rutina, las relaciones habituales, cuando se pierden relaciones importantes, o cuando se percibe la desconexión del entorno personal pueden propiciarse sentimientos de soledad. Algunas estrategias de afrontamiento que se pueden realizar en estos casos pasan por tratar de conectar con la red existente o ampliarla, generar momentos de confidencia y compartir los sentimientos, pedir ayuda…Hay diferentes acciones que pueden ayudar y que se pueden ir poniendo en marcha para abordar estas situaciones. En resumen, cuidar y mantener las relaciones que tenemos sin olvidar buscar otras nuevas, aunque también resulta conveniente aprender a disfrutar de tiempo en soledad y de conexión con uno/a mismo/a. Más que evitar la soledad, podremos gestionarla cuando suceda y poner estrategias en marcha que fomenten el bienestar sin esperar a que la situación se agrave, sin olvidar pedir ayuda cuando se necesite.
Asimismo, hallazgos recientes resaltan la relevancia que tiene cuidar en la vida cotidiana lo que hacemos y procurar hacer lo que nos importa; por ejemplo, identificar actividades con sentido, que sean significativas. De alguna manera, en el fondo, se trata de prepararse y dotarse de estrategias de afrontamiento para las soledades, ya que es probable que tengamos que convivir con ellas. Pero también puede ser que la soledad sea el resultado de otros problemas que dificultan el mantenimiento de relaciones o que provocan el distanciamiento, como la mala salud, la percepción de dolor, problemas de movilidad, accesibilidad, transporte entre otras. Por lo que es preciso tener en cuenta su abordaje deberá seguir itinerarios diferentes para abordar la causa o causas de la soledad con una actuación conjunta y personalizada.