OCULTAMOS LA VEJEZ
Salomé Martín, Coordinadora del Grupo de Trabajo Ética y Legislación
Durante decenas de años hemos ocultado la muerte, hemos vivido de espaldas a ella, y ahora, además, tratamos de ocultar el envejecimiento. Nos pasamos el día demostrando que las personas de 65 años hasta (cada uno puede poner el número que quiera) son una nueva generación: activa, participativa, emprendedora, culta, y… volvemos a errar al tratar de englobar a todos en el mismo envoltorio.
Es verdad que la edad no condiciona ni determina nada, que incluir a todas las personas mayores o adolescentes o nacidas en una década, en un mismo bloque y establecer unas características comunes y predeterminadas en todas, es al menos injusto, pues todos son grupos diversos con contrastes esenciales dentro de cada unidad y al hacerlo estamos negamos la individualidad y tratamos de uniformar a la sociedad y crear compartimentos.
Sería mejor aceptar que vamos cumpliendo años desde que nacemos y simplemente pasamos por etapas vitales distintas para cada persona y sociedad, que el envejecimiento es un periodo de tiempo, como todos los de la vida, en el que la persona es lo importante, cada persona, sin a priori ni encasillamientos. Crear modelos para ajustar a todos al mismo patrón, es al menos complicado y el riesgo es que siempre es peyorativo para un grupo de seres, de personas, que generalmente suelen ser los que necesitan mayores apoyos de la sociedad.
Parece que vivimos en una lucha sin cuartel por demostrar que a los 70 se está fabuloso, y tratamos de demostrarle a la sociedad que de personas mayores nada y ocultamos la dependencia y la enfermedad. ¿No es esto en el fondo otra forma de edadismo? El tener que demostrar que no soy mayor, que envejecer es para las personas mucho más mayores ¿no es al final una forma de tratar de ocultar el envejecimiento?
Estoy de acuerdo, en que el estereotipo de las personas de 65 años es necesario cambiarlo, porque lo real es que la edad no significa dependencia ni enfermedad, esas dos situaciones pueden aparecer a lo largo del proceso, ese cambio es necesario y urgente, si bien tampoco es adecuado pasarnos al otro lado, en el que el envejecimiento no existe y todas las personas de 75 años están en forma, montan en bicicleta y son emprendedores de una segunda o tercera etapa laboral, porque hay grises y el equilibrio es posible, aceptando que no es preciso ocultar la dependencia porque no nos parece bella y no encaja en nuestra sociedad del rendimiento.
Lo único que estamos haciendo es postergar el edadismo, por decirlo de algún modo, ya no hay que excluir a las personas de 70, lo retrasamos a los 90 y así demoramos el concepto clásico de persona mayor dependiente y vulnerable a las siguientes décadas.
Quizá podemos aceptar que realmente con el aumento de la esperanza de vida, los programas de salud pública, el modo de vida, sencillamente en un porcentaje elevado de la sociedad se ha retrasado la aparición de necesidad de apoyo en cualquier esfera de la persona y a la vez entender que tener años y ser o no ser dependiente coexisten y son parte de la vida, sin que sea obligatorio meter a todos en el mismo saco o dejar fuera lo que no encaja con conceptos estancos, porque la realidad es que hay personas de 85 años que corren maratones y algunas de 70, que padecen una demencia avanzada y lo innegable es que morimos y en nuestra cultura las probabilidades de dependencia y necesidad de apoyo al final de la vida son muy altas, independientemente de la edad a la que nos adentremos en esa etapa vital.
Dejemos de una vez de luchar para demostrar lo que es evidente, envejecemos mejor, pero envejecemos y a cualquier edad e independientemente de nuestras canas, memoria, situación funcional o habilidades para usar redes sociales, somos valiosos y únicos, merecedores de respeto, ya es hora de cambiar la mirada hacia la edad, aunque sin negar que también hay personas frágiles en cualquier etapa vital, que tienen derecho a ser reconocidas como seres valiosos y también a ser cuidadas.