DEONTOLOGÍA Y ÉTICA
Carmelo Gómez. Enfermero especialista en geriatría y miembro del grupo Ética y Legislación.
En ocasiones tenemos la sensación de que los nuevos tiempos que nos ha tocado vivir nos sobrepasan. Quizás no tanto por la novedad en sí como por lo cargado de reminiscencias de otras épocas no tan lejanas que traen. Que paradójico.
Son tiempos de redescubrir al nuevo ser humano, otra vez. Como profesionales de la salud no podemos negar que nos exige un sobreesfuerzo mental. Por un lado, es estimulante al tiempo que agotador por lo necesario de actualizar nuestros conocimientos científicos, y por otro, por la carga ética que acompaña a tan sobrehumana tarea.
Costó mucho tiempo y verdaderos esfuerzos de grandes maestros como los doctores Gregorio Marañón, a primeros del pasado siglo XX, y más contemporáneamente Diego Gracia, que los profesionales de la salud nos mentalizáramos de que había una “cosa” llamada ética que debía de acompañar nuestra labor más o menos vocacional de servicio a los demás. Más tarde, se desarrollaron los códigos deontológicos de la medicina y de la enfermería, que vinieron a poner negro sobre blanco algunas líneas rojas que no deberíamos traspasar. No es que antes no existieran códigos, intemporal siempre será el juramento hipocrático, sino que los deontológicos vinieron a actualizarlos.
Desgraciadamente, a veces tenemos la sensación de que los códigos deontológicos son contemplados más como un procedimiento, otra guía de actuación, que lo que realmente son.
No termina de entenderse que algo tan sumamente necesario como es la reflexión ética se asuma a priori que siempre se produce en la práctica diaria del médico y de la enfermera. Tampoco es fácil comprender que los espacios dedicados a la ética y deontología en congresos, jornadas, e incluso en los planes de estudios universitarios siempre estén mucho más acotados que los dedicados a otras materias y temáticas.
No es hasta que se ponen en marcha leyes, o se publican directrices legales sin ese rango, que los profesionales sanitarios aludimos a “nuestra ética particular” para ponernos a favor o en contra, otra vez. Sin saberlo volvemos a la mentalidad dicotómica grecorromana. Aquella que posiblemente motivó la elaboración de un código de conducta por Hipócrates. Para el profesional sanitario todo es muchísimo más complejo que un “sí” o un “no”.
La deontología está precisamente para que a modo de almohada debamos consultarla ante las dudas más nimias sobre nuestro proceder, tanto actual como potencial. Como especialistas en geriatría no podemos olvidar que los problemas de la vejez, entre los que se encuentra de manera destacada la enfermedad, pero no en exclusiva, supone una situación de vulnerabilidad ética por sí misma.
La tecnologización de la práctica profesional, cada vez más presente, si bien es necesaria, también puede presentar diversos y numerosos problemas éticos, sobre todo en situaciones de final de vida. De este hecho casi todos los médicos y enfermeras somos conscientes. Por ello, quizás resulte poco comprensible, e incluso paradójico, que los espacios dedicados a la deontología sean tan escasos y acotados.
Posiblemente esto se deba a la separación conceptual entre ética y deontología. Es bueno que reflexionemos en torno a que la deontología no es más que una manera práctica de visibilizar la Ética, con mayúscula. En este sentido es un código singular de conducta. Si focalizamos nuestra atención exclusivamente en el código deontológico, corremos entonces el riesgo de decepcionarnos al comprobar que por mucho que lo estudiemos no va a responder a nuestro problema ético particular. Quizás por ello, al separarnos del código deontológico y vernos huérfanos de una orientación ética, es por lo que algunos, solo unos pocos, buscan un tipo de formación especializada en ética. Son aquellos privilegiados que han trascendido el papel donde está escrito el código y contemplan la ética de la actuación profesional.
La ética trasciende las modas y las leyes. Es el fundamento mismo de nuestra vocación. Recordemos, por ejemplo, la necesidad de no dañar (principio de no maleficencia) y la meta de hacer el bien (principio de beneficencia). No por ello debemos dejar de lado la deontología profesional. Se trata más bien de conocer la ética que se materializa en el código, en lugar de elegir de manera infantil entre ética y código. Es necesario releer nuestros códigos deontológicos con el objetivo de saber las líneas rojas, las barreras que acotan a ambos lados esta enorme autovía, con muchos carriles, que es la ética. Pero si realmente queremos aprender a conducir bien, respetando la dignidad de los pacientes y los compañeros, el verdadero y único camino es la formación continua en Ética, en mayúsculas.