¿VALORAMOS LA LONGEVIDAD?
Salomé Martín, Coordinadora del Grupo Ética y Legislación de la SEGG
Escuchaba el otro día una conferencia de Diego Gracia y, en uno de los puntos, hablaba de los valores y comentaba que la vida podemos , quizá, dividirla en tres partes basándonos en tema de pilares fundamentales. La primera, hasta los 30 años, podría ser la de aprendizaje de valores; de los 30 a los 60, nos centramos prioritariamente en los valores instrumentales y, quizá, decía, de los 30 en adelante podemos dedicarnos a los valores intrínsecos (aquellos que son inherentes como la belleza, la bondad, la solidaridad, la compasión, la empatía, el honor, etc.).
Me parece una reflexión muy interesante transcendiendo, por supuesto, que tanto los valores como su aprendizaje pueden estar presentes en cualquier momento vital y que no son temas estancos ni relacionados con la edad. Destaca, en esa misma conferencia, que considera necesario crear una cultura de aprecio a la longevidad.
Yo pensaba que estamos viviendo un momento axiológicamente diferente en el que no se aprecia explícitamente el éxito de nuestros esfuerzos para conseguir el supuesto estado de bienestar para tener una vida más larga y con mayor tiempo de autonomía y de independencia física, sino que van apareciendo e incrementándose ciertas fobias que tienen relación directa o indirecta con la edad y con la falta de aceptación de la evolución natural del cuerpo a lo largo de la vida. Estas aversiones forman parte de nuestra mirada edadista, de forma consciente o no.
El miedo a envejecer, el querer simular juventud, parecer más joven de lo que evidencia nuestro carnet van estando cada vez más presentes. Vivimos un aumento de los tratamientos y de las cirugías para parecer más lozanos, un incremento exagerado de las intervenciones radicales, más allá de los hábitos de vida saludables que ayudan a mantener una mejor calidad de vida y una mejor salud.
Nos hemos centrado en el culto al músculo, al ejercicio compulsivo, a la crítica encubierta ante personas cuyo envejecimiento no consideramos exitoso, que nos hace pensar que “ellos” no han hecho todo lo posible para mantenerse jóvenes.
La piel tersa y la productividad como valores objeto de culto, a los que hay que llegar y después mantener, son en conjunto un sinfín de detalles que indirectamente o no, nos hacen cuestionarnos el respeto y el aprecio a la longevidad.
Se está creando toda una industria en torno a la evitación excesiva de un proceso natural, no a las arrugas, no al proceso de desgaste biológico del cuerpo, no a la flacidez. Queremos vivir más, pero sin envejecer y por supuesto, sin que se note externamente. No ocultamos la edad, pero solo si va unida a un aspecto mucho más juvenil, a más actividades, a más ejercicio, a demostrar que podemos.
¿Realmente queremos preservar como valor social la apariencia de juventud y no la aceptación de cada etapa? ¿Queremos rechazar de forma global un proceso vital inevitable? ¿Nos hace sentir más plenos el culto a la piel tersa? ¿Tiene más sentido una vida dedicada a luchar contra el envejecimiento externo?
El equilibrio quizá es lo mejor. Es saludable hacer ejercicio, cuidarse, tener una nutrición correcta, ayudar al cuerpo a funcionar adecuadamente con las herramientas que los avances del conocimiento humano nos facilitan, aunque no con el fin de tener juventud, de parecer jóvenes, de cumplir el canon actual de lo que se considera bello.
Someter el cuerpo a cirugías, tratamientos, horas y horas diarias de gimnasio… para evitar el paso del tiempo de forma externa no nos hará más felices, ni aportará sentido a nuestra vida… Podrá, en todo caso, ser una forma de edadismo autoinfligido oculto y aceptado por todos.
Necesitamos crear una cultura que destaque y aprecie la belleza de la edad, de las arrugas y de la longevidad.