RESPONSABILIDAD ÉTICA Y VACUNACIÓN
CARMELO GÓMEZ, Enfermero especialista en Geriatría y miembro del Grupo de Ética y Legislación de la SEGG
Si bien es cierto que a las puertas del verano parecería inapropiado ponernos a reflexionar acerca de ética y vacunas, no es menos cierto que el periodo estival es el previo a las campañas vacunales, y que en éste podemos reflexionar con cierta tranquilidad durante el denominado “descanso del guerrero”, ese que existe en cada verdadero profesional de la salud.
A modo introductorio, es importante recordar que a pesar de que la franja de edad superior a los 70 años es la que más se vacuna, respecto a otros segmentos poblacionales, la tasa de vacunación en España de mayores de 65 años, tanto de gripe como de Covid-19 y Herpes Zoster, están por debajo del 80% marcado por la Organización Mundial de la Salud. De hecho, la tasa de vacunación de gripe, por ejemplo, ha ido disminuyendo año tras año, a pesar de haber pasado muy poco tiempo desde la irrupción de la pandemia por Covid-19 en nuestras vidas. También es muy llamativo el hecho de que la tasa de vacunación por parte del personal sanitario haya disminuido hasta un aproximado y poco alentador 50%.
Esta información obliga a un indudable espacio para la reflexión. Ante la falta de datos en relación a los motivos por los que una parte de la población mayor deja de fiarse de las ventajas de la vacunación solo nos queda aludir a la experiencia diaria. Esta experiencia y las numerosas conversaciones mantenidas con compañeros médicos geriatras y enfermeras especialistas en geriatría, nos alumbra un escenario nada favorable. Muchos de los mayores no vacunados que llegan a nuestra consulta y a los que les hemos preguntado nos han dicho que su médico y/o su enfermera o bien no les dieron suficiente información al respecto, o bien solo les preguntaron si se querían vacunar. De ser así, probablemente la información que nos llegaba a través de los canales oficiales (sistema público de salud) y extraoficiales (prensa y redes sociales) no era suficiente para sensibilizar a los mayores, y a sus familias acerca de la importancia de la vacunación como herramienta para prevenir complicaciones graves de las infecciones respiratorias (principalmente gripe, neumonía y Covid-19) y de otra índole (herpes Zoster). En ese caso, resulta incuestionable que la información emitida por los profesionales sanitarios, tanto cuantitativa como cualitativamente, gana mucho peso desde un punto de vista ético.
Habitualmente aludimos al, en ocasiones mal entendido, principio de autonomía de la persona en lo referente a declinar recibir un determinado tratamiento. Si bien es cierto que esto es así, también lo es el hecho de que toda decisión autónoma debe ir precedida del correspondiente acto de información médico y/o enfermero, veraz y sustentado por la evidencia científica actualizada y disponible. No hacerlo así puede ser objeto de una reprobación ética incuestionable. No se entiende muy bien el justificado celo de muchos profesionales sanitarios a favor de la oportuna vacunación de los niños y adolescentes, y en cambio el relativo escaso empeño de otros no pocos profesionales por sensibilizar y concienciar a la población mayor acerca de los beneficios de la vacunación para su salud. Si ese escaso empeño se diera voluntariamente vulneraría un principio troncal de la bioética como es aquel de “no maleficencia”, ya éste no solo se circunscribe a no realizar acciones que perjudiquen a la persona, sino que también abarca la omisión voluntaria de acciones que podrían beneficiarles, o al menos evitar que les perjudiquen, como sería el caso de la correcta información acerca de la vacunación. Es conveniente recordar que un cartel divulgativo jamás pude sustituir el consejo de salud, sino solo reforzarlo. Recordemos también que, desde un punto de vista ético, la vacunación como acto sanitario es solo fruto de la decisión libre por parte del paciente, tras la prescripción por parte del médico, por lo que a priori no pone en cuestión su eticidad. Pero, desde el mismo punto de vista ético, la preocupación del profesional sanitario, en este caso tanto médico como enfermera, sí que nace de un compromiso ético, de un necesario adelantarse a la concurrencia de factores que puedan perjudicar a una persona, nuestro paciente. En el caso que nos ocupa esta preocupación, compromiso ético, se materializa en el acto de informar adecuadamente, es decir de manera anticipada y completa al acto de decisión del paciente, sobre las ventajas y desventajas de inocularse contra una enfermedad o varias, y también de las consecuencias de no hacerlo. Esta acción ética que es la pre-ocupación debe sobresalir respecto a prejuicios y nuestras propias creencias. Nosotros podemos pensar otra cosa diferente a lo que la evidencia científica refiere que necesitan las personas, también respecto a la vacunación, pero esa variable no puede interferir en el respeto a la decisión del paciente fundamentado en su derecho a una excelente información formalmente argumentada.