Toma de decisiones ante la fragilidad
Salomé Martín García
Reflexionado sobre la planificación compartida de la atención, trataba de analizar lo que supone para los profesionales de la geriatría y gerontología, que son los que acompañan a las personas mayores en estos procesos, y lo digo en plural porque es absolutamente individual y personal, específico de cada uno.
Al hablar de procesos de fin de vida, no me refiero solo al final, a su última semana o mes de vida, sino a los últimos años de existencia que van fragilizando a la persona y en los que existe en general una necesidad de aceptación y de adaptación a las circunstancias, a veces rápidamente cambiantes, que compromete al profesional y a la persona mayor y a su familia, cuando las necesidades de apoyo van aumentando.
Aunque parezca una falacia, lo primero es que estamos ante un proceso, dinámico, en evolución, que avanza según cada persona, sus patologías y su ecosistema. Puede ser un avance fluido, sin sobresaltos, o en forma escalonada, con crisis y momentos de encrucijada. Cada una de estas trayectorias fin de vida, exigirá una forma diferente de actuar, de acompañar, de anticipar, y demandará tanto del profesional como de la persona y de su familia, flexibilidad, diálogo, compasión, etc.
Durante estos procesos, los profesionales tenemos que enfrentarnos a algunos desafíos para los cuales muchas veces no estamos formados adecuadamente:
Por un lado, es esencial mantener un proceso de deliberación y de toma de decisiones que permitan conocer el pasado de la persona a la que cuidamos y atendemos y con ello sus valores y creencias para poderlas respetar y proteger, a la vez, tratar de optimizar el presente con las herramientas disponibles y por supuesto, acompañar en el proceso de planificación de su futuro manteniendo el proyecto vital de cada uno y dotando de sentido a la vida hasta el final. Ahí es nada.
Los seres humanos necesitamos ser validados, vistos y escuchados en cualquier etapa vital, quizá mucho más hacia el final de nuestra existencia, cuando posiblemente nos enfrentamos a retos mucho más complejos o desafiantes. Es función de los profesionales que acompañamos, el salvaguardar la identidad de esa persona, proporcionando los apoyos necesarios para conservar la autonomía y la capacidad de decidir o apoyando a la familia o representante elegido para que decida en su nombre.
Si analizamos en profundidad este proceso y sus demandas, entendemos que es esencial facilitar formación específica a los profesionales, establecer la coordinación de los diferentes niveles de cuidados, además de proporcionar habilidades y herramientas personales orientadas hacia la escucha, la compasión, el respeto y la ética, y… lo que añadirían muchos profesionales: tiempo para favorecer este proceso, sin prisas, que ayude a mantener la presencia y la atención.
En la realidad actual disponemos de poco tiempo, como norma general, y posiblemente no del suficiente para hacer una atención adecuada que facilite el conocer a las personas que cuidamos, en muchos casos, además, no contamos con la formación precisa para compartir este proceso. Esas dos premisas son fundamentales para los profesionales de la geriatría y la gerontología que habitamos en una sociedad cada vez más longeva, que lleva aparejada la dilatación del periodo de fragilización del ser humano y la convivencia con pluripatologías crónicas, de modo que es acuciante el unificar criterios, generalizar conocimientos y dotar de habilidades, estableciendo esos espacios y tiempos en las agendas profesionales, para planificar esa etapa vital de forma compartida.
Realizar estos deberes pendientes aportará seguridad y bienestar tanto a las personas en situación de fin de vida como a los profesionales.