El paciente hipocondríaco. ¿Enfermo imaginario?
Las clasificaciones internacionales de enfermedades consideran la hipocondría como un trastorno somatomorfo o dentro de los trastornos neuróticos. Siguiendo los criterios, estaríamos hablando de un paciente que, de forma prolongada en el tiempo (al menos seis meses), presenta una preocupación intensa por su propia salud, con temor a llegar a tener (o el convencimiento de que tiene) una enfermedad grave. Esta preocupación, o convicción, deriva de una interpretación errónea, no delirante, de una serie de síntomas corporales que el paciente percibe. Tanto los síntomas que padece, como el sufrimiento referido, no pueden ser explicados por otros trastornos médicos o psiquiátricos.
Los síntomas que el paciente percibe suelen ser sensaciones corporales normales, percepción aumentada del funcionamiento fisiológico (respiración, latidos cardíacos, etcétera), o reactivos a su estado emocional. Junto a esta forma primaria de hipocondría, con mucha frecuencia, el paciente presenta rasgos y características de otras patologías psiquiátricas como la ansiedad, la depresión, las somatizaciones, los trastornos obsesivo-compulsivos, etcétera.
Aunque, en los casos graves, el paciente hipocondríaco puede rehuir acudir al médico para evitar ser diagnosticado de la enfermedad que cree padecer, lo habitual es que ante la percepción de síntomas diversos (mareos, disnea, palpitaciones, molestias abdominales, dolores precordiales, sudoración…), y el temor de que obedezcan a una posible enfermedad grave, acuda al médico buscando un diagnóstico que confirme sus temores. El paciente encuentra un alivio momentáneo y transitorio ante resultados médicos normales, pero rápidamente continúa su peregrinar de consulta en consulta buscando un diagnóstico médico que confirme sus temores.
Existen diversas teorías para explicar el origen de este trastorno psicológico. Las más aceptadas son las de base cognitivo-conductual, según las cuales serían personas con una mayor sensibilidad para detectar señales corporales y una escasa tolerancia al malestar, es decir, amplifican sensaciones somáticas y las toleran peor. Al mismo tiempo, presentan una disociación entre los mecanismos racionales y emocionales.
Tratamiento
El tratamiento del paciente hipocondríaco no es fácil. Una vez realizada una adecuada evaluación médica de la sintomatología del paciente (que en el caso de personas mayores ha de ser especialmente cuidadosa, dada la frecuencia de presentación atípica de enfermedades, comorbilidades y efectos secundarios de fármacos), y una vez descartado de forma razonable el origen físico de la misma, es prioritario establecer una alianza con el paciente que debe incluir una doble perspectiva. Por un lado, el paciente se debe sentir atendido y comprendido. El paciente no se “imagina” los síntomas, ni su sufrimiento. Son reales, los padece. Que no se encuentren causas físicas que los expliquen no justifica actitudes de “usted no tiene nada”. La incomprensión de médicos y familiares no hace más que agravar el sufrimiento del paciente. Por otro lado, debemos pactar con el paciente que el origen de su malestar no deriva de una enfermedad física, sino de un trastorno psicológico y que en su abordaje se deberán centrar todos los esfuerzos. El papel de los familiares es crucial. Los fármacos pueden ayudar en ocasiones, sobre todo en el control de la ansiedad, depresión o conductas obsesivas concomitantes. Se utilizan diferentes técnicas de intervención, incluidas las de relajación, activación física y rehabilitación, cognitivo-conductuales (evitar acudir a médicos y urgencias, tolerar sensaciones, manejar el miedo a la enfermedad), etcétera.Presidente de la Sociedad Andaluza de Geriatría y Gerontología.